No me mueve mi Dios, para quererte,
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por esto de ofenderte.
Tú me mueves Señor, muéveme el verte,
Clavado en esa cruz y escarnecido,
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
Muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme en fin tu amor y en tal manera
Que aunque no hubiera cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero, te quisiera.
Anonimo
Parece ser que a este escritor anónimo se le abrió, nunca mejor dicho, el cielo de la inspiración en este magnifico e impresionante poema, que hace que cada vez que lo leo, analicé todas mis motivaciones en mi vida cristiana. ¿Amo a Dios porque tengo miedo al infierno? ¿Amo a Dios porque lo que quiero es ir al cielo? ¿o por las bendiciones que recibo siendo creyente? Cierto es que al principio y después de asimilar cual es nuestra condición, nos sentimos como náufragos en medio del mar que necesitando urgentemente algún sitio seguro al que agarrarse, y cuando Él nos viene a buscar en medio de la noche y nos rescata, entonces sentimos ese gran alivio de la salvación
Una vez subido en el bote de la seguridad de la salvación, empezamos a darnos cuenta de como estábamos antes y como estamos ahora y empezamos a dar gracias a quien decidió ir a buscarnos en medio del mar, antes de que el peso del agua y el cansancio de nadar sin ningún rumbo nos ahogara.
Es por eso que a menudo es necesario detenerse, y analizar nuestras motivaciones en el servicio a Dios, para evitar dejarnos llevar por la corriente del simple activismos y olvidarse de que "siervos inútiles somos" que hacemos aquello que Él nos mando. Porque el nos amo primero. Y descubrir que estamos en la motivación correcta.